La princesa Carlotta Margarotta vivía en un precioso palacio de princesa, dormía en una enorme cama de princesa, tenía una diminuta corona de princesa, lucía una preciosa melena de princesa, tenía muchísimos vestidos de princesa … y usaba unas enormes botas de color rojo.
Con esas botas Carlotta Margarotta había recorrido todo su reino y la mitad del vecino, había subido la montaña más alta y había trepado a más de un árbol. Y todas esas cosas no se pueden hacer con zapatitos de cristal, ni con zapatos de tacón, ni con zapatos con lacitos, florecitas o cualquier otra cursilada de esas que suelen gustar a las princesas. No señor, para eso es necesario llevar unas botas grandes, fuertes… y rojas, muy rojas, como las de Carlotta Margarotta.
Cierto día llegó a palacio el mensajero real con un mensaje real del real y magnífico reino de Suuri. El rey tomó el real mensaje que le traía el mensajero real, se puso sus reales gafas y leyó muy real y concentradamente.
Por supuesto, Carlotta Margarotta no quería participar.
Por supuesto, sus padres la obligaron a participar.
Por supuesto, Carlotta Margarotta acabó participando.
Repipí y la princesa Finolís.
La primera prueba del concurso era una carrera. Una carrera por un largo pasillo. Un pasillo de suelos resbaladizos. Un pasillo por el que debían correr usando unos zapatos de tacones altísimos.
Pitiminí llegó la primera sin ningún problema.
Repipí llegó segunda porque tropezó con una mesita.
Finolís casi, casi -pero sólo casi- se cayó y llegó tercera.
El cuarto y último lugar fue para Carlotta Margarotta que resbaló, patinó, se cayó, se volvió a levantar, se volvió a caer y acabó la carrera gateando.
¡Un desastre!
La segunda prueba era dormir sobre veinte colchones y un diminuto guisante.
Repipí tardó exactamente tres segundos en notar el pequeño, diminuto, casi invisible guisante.
Finolís dio cuatro vueltas antes de notarlo.
Pitiminí aguantó un par de horas.
Y Carlotta Margarotta durmió como un tronco toda la noche.
¡Un desastre!
Finolís, mientras esperaba, se dedicó a bordar y se marchó encantada con su caballero.
Repipí pasó el tiempo mirándose al espejo y el caballero que fue a rescatarla tuvo que esperar a que terminara de pintarse las uñas antes de poder rescatarla.
Pitiminí durmió mucho, muchísimo, tantísimo que su caballero tuvo que llevársela dormida.
Y Carlotta Margarotta leyó y charló con el dragón. Leyó y jugó con el dragón. Leyó y le contó historias al dragón. Leyó y se hizo amiga del dragón.
Cuando llegó el caballero que tenía que rescatarla, Carlotta Margarotta no quiso irse.
¡Un desastre!
Su padre el rey, su madre la reina, el rey Arnaldo y el príncipe Arnoldo intentaron convencerla de que debía dejarse rescatar pero ni por esas.
Carlotta Margarotta se sentó en el suelo, se cruzó de brazos y se negó a moverse.
-¡No quiero ser una princesa tonta! -dijo– ¡No quiero ponerme zapatitos de princesa, ni vestidos de princesa, ni peinarme como una princesa, ni hacer nada de princesa! Quiero mis botas rojas, subir a los árboles, correr, pasear, leer, jugar y estar con mi amigo el dragón.
El concurso de princesas acabó en un empate entre Pitiminí, Repipí y Finolí, así que el rey Arnaldo decidió que el príncipe Arnoldo eligiera con cuál las tres se casaría. Pero el príncipe Arnoldo, hijo del rey Arnaldo, se negó a casarse con ninguna de aquellas princesas cursis y aburridas:
-Yo quiero vivir aventuras -dijo. Y se fue. Así. Sin más.
Y Carlotta Margarotta vivó feliz en su reino, con sus padres, su dragón y sus cómodas y rojas, rojísimas botas.